La automedicación y la batalla cultural: las dos caras de la realidad
Hay indicios que la información farmacéutica llega a la gente, que hoy tiene más herramientas para saber cómo adquirir y consumir medicamentos; pero de algún modo, tiene incorporados hábitos y costumbres que contradicen sus propios dichos e informaciones aprehendidas. La batalla cultura detrás de la automedicación y la necesidad de que los farmacéuticos sean reguladores de los mensajes que circulan en los medios.
Los amantes de los comics, y en especial de Batman, saben que Harvey Dos Caras tuvo varios cambios desde sus comienzos en 1942 como fiscal y aliado del superhéroe y hasta la nueva interpretación de Aaron Eckhart en la flamante “The Dark Knight”, la nueva película de la saga. Pero la característica principal de este villano es la doble personalidad, la doble moral.
Un lado bueno que mantiene las reglas, las normas, su trabajo como fiscal, y la otra que decide ir contra la ley y el orden, de manera brutal. Algunos psicólogos pueden decir que esta “cara y contra cara” es una característica humana, y que todos tenemos algo de eso. Hacernos las cosas mal, y a conciencia. Esa parece la mejor explicación para entender cómo miles de argentinos ponen en peligro sus vidas y la de sus seres cercanos comprando medicamentos fuera de farmacias, sin el control de profesionales, medicamentos truchos que podrían ser mortales o que incluso sin la orientación adecuada demuestra ser más un problema que una solución. Todas las encuestas hablan de altos niveles de información sobre los males que se esconden detrás de esta práctica. Pero sin embargo, la cultura del consumo irracional nos perfora y nos convierte en subestimadores persistentes.
Esta doble moral fue motivo de mucha discusión el miércoles pasado, cuando la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA) presentó una importante encuesta sobre automedicación en nuestro país, que deja al descubierto esta idea de que sabemos lo que está mal y lo que está bien en materia de medicamentos, pero en la práctica no lo cumplimos. Más allá de los datos concretos, muchas veces contradictorios, lo que se puede concluir es que llegamos a la gente con el mensaje informativo correcto, pero no pudimos penetrar en la cultura de esa persona. “ganamos la batalla moral, de la información confiable; pero perdimos en el campo del marketing de sus hábitos de vida”: Lo que gobierna y se sostiene por una Industria que lo fomenta, es una idea fuerza que consumir (en este caso: medicamentos) nos acerca al estado de bienestar. Esta nos parece, fue una de las conclusiones que caían de maduro en los que estábamos en la Jornada sobre Automedicación en la Legislatura Porteña organizadas por COFA.
“En la actualidad la persona es percibida como un consumidor, y se le llega con una estrategia concreta. Por esto es necesario un ‘contra mensaje’ para que no haya un monólogo de la industria”, advirtió el Farmacéutico Lilloy durante la jornada, que tuvo un tono de crítica hacia las estrategias de las farmacéuticas que siguen buscando ampliar sus canales de venta a cualquier costo. Incluso el de la salud de la gente.
Este fenómeno -que dio origen al término “medicalización” -es mundial, e incluye una forma de entender la vida: siempre hay “una pastilla para todo”. Esta es la etapa final de la ofensiva. La publicidad tradicional quedó un poco obsoleta para fomentar los productos (en la Argentina sólo el 6 por ciento de la torta publicitaria es de laboratorios y afines) y entonces desde años se comenzó con formas más sutiles, más profundas y más difíciles de detectar. Ahí es donde la batalla cultural se empieza a perder, en un terreno oscuro donde los mensajes no son lo que parecen, y que convierten a la persona en consumidor.
Esta fuerte presión social hace que portemos dos caras, casi sin saberlo. Según los números duros de la encuesta de la COFA, la gente sabe que los medicamentos se deben comprar sólo en…
farmacias, que los kioscos no son un lugar adecuado para tener fármacos y que son los farmacéuticos los únicos garantes de la dispensa de calidad de los mismos. Lo saben. Algunos más, otros menos, pero se sabe abrumadoramente que estan más seguros si las manos de un profesional les entregan un fármaco que si lo hacen ellos mismos a tiro de góndola.
Estos conocimientos habitan la conciencia de todos los consultados. La evidencia indica que no se respeta, que el lado responsable de cada persona lo sabe pero después está la otra cara, la que es presa de esa estrategia más sutil, la que nos hace ser “consumidores y consejeros de otros para que consuman medicamentos”.
En cada hogar se da una y otra vez. Los “recomendadores y acaparadores de remedios para toda dolencia”, en definitiva, la otra cara, la que manifiesta nuestra debilidad frente a la publicidad fácil, frente a la cultura del consumismo bobo, que termina deformando esa información sanitaria impuesta con mucho esfuerzo.
Surge una idea fuerza: “Con qué entidad podemos inculcar, enseñar, persuadir a nuestros hijos que no consuman drogas o sustancias peligrosas; cuando nosotros, sus padres, mostramos con el ejemplo que somos consumidores desprejuiciados y acaparadores de sustancias medicamentosas”.
Pese a que la estrategia de marketing es muy sofisticada -el auge de Internet hace que la industria de la venta indiscriminada apele a correos, páginas y otros foros para influir en las personas -la publicidad sigue siendo un puntal. Ahí hay una de las respuestas. Si bien en el país existen normas que regulan estos mensajes, son necesarios más controles. Y una política estatal concreta.
Esa gran campaña de educación sanitaria sobre el consumo de medicamentos, que genere hábitos culturales y sociales a través de la buena dirección, tiene que estar bajo la conducción de los farmacéuticos. La asociación del Estado con los profesionales de la salud y profesionales de la comunicación, especializados en fármacos es la única solución posible para derribar este sistema impuesto por los mercenarios del consumo. Está claro que pese a las leyes (que las hay, la 26.567 esta vigente en casi todo el país) los intereses detrás de este consumo alocado de fármacos ya saltaron la medianera. Se instalaron en nuestras casas, en nuestros baños, en nuestras vidas. Ahí, sin esta campaña de educación, no hay ley ni policía que pueda actuar. Sólo un cambio cultural que domestique nuestro lado oscuro, la de la cara irresponsable.
Como cuando decimos que una ley sin un poder de policía detrás, decidido, y con la estructura suficiente para hacer cumplir las normas, termina siendo “un manual de sugerencias sobre usos y costumbres”, también, una campaña estatal puede terminar en una caricatura si no tiene una dirección científica correcta.
Seguir informando, generar esos canales con la gente, y luchar por entrar en ese campo de batalla de la cultura popular, ese gran inconciente colectivo; lugar donde se deben desenmascarar los intereses económicos y alertar de los peligros latentes . Parece una pelea desigual pero en definitiva, la pelea que tenemos que dar los profesionales de la salud. Los que de “buena leche” queremos que esto cambie. Y así, una vez derribados los muros del marketing tramposo y la desinformación, un nuevo concepto de salud nos espera. Donde los habitantes de cada Ciudad Gótica no necesiten de “supermedicamentos” para afrontar cada día.
Por Nestor Caprov