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Colombia: Ojo con la nueva burundanga

Las benzodiacepinas son la nueva arma de los criminales. Al ser medicamentos bajo control especial, las autoridades deben ejercer una vigilancia mucho más rigurosa de su venta.

Mientras millones de colombianos esperan el pago de primas y salarios a fin de año, los delincuentes afinan técnicas para despojarlos de ellos. Y para lograrlo recurren a toda clase de modalidades, que atentan contra la salud y la vida.

Una de las más tenebrosas es el uso de sustancias peligrosas para drogar, retener y manipular a sus víctimas a voluntad. Hasta hace unos años surgían por todos lados los testimonios de afectados con escopolamina, comúnmente conocida como la burundanga. Este alcaloide, extraído del borrachero, es un depresor del sistema nervioso tan fuerte que en sobredosis es capaz de llevar a una persona desde el delirio hasta el estupor y la muerte. Aunque se sigue usando con fines delictivos, poco a poco ha sido remplazado por medicamentos que causan efectos similares. Se trata de las benzodiacepinas, un fármaco, también depresor del sistema nervioso central, normalmente prescrito por los médicos para el manejo de la ansiedad, los trastornos de pánico, las convulsiones, los problemas de sueño e, incluso, como relajante muscular. Bien utilizadas, bajo la estricta supervisión de un médico, son benéficas.

Las normas son estrictas frente a las benzodiacepinas. En el país caen bajo la categoría de medicamentos que requieren un control especial en su prescripción y dispensación. En otras palabras, las autoridades tendrían que saber cuántas fórmulas se expiden para estas drogas y las cantidades que se expenden, un dato que puede contrastarse con el de sus fabricantes. Vale aclarar que los laboratorios son vigilados por el Fondo Nacional de Estupefacientes.

Por eso sorprende que cada vez con mayor frecuencia se conozcan casos de personas que son drogadas con estos fármacos y retenidas mientras son manipuladas para entregar información sobre cuentas y bienes.

Como se trata de medicamentos con la capacidad de borrar la memoria reciente, los afectados son incapaces de recordar exactamente qué les pasó o aportar datos que permitan identificar a los responsables. Tampoco ubican los sitios en los que pudieron ser drogados. Tales condiciones incrementan la impunidad de estos delitos, que se disparan en épocas como esta. Y como no todos los robos son de altas cuantías, tampoco se denuncian en su totalidad.

Hace rato que los hampones decidieron dejar atrás las complicaciones derivadas del uso de la burundanga para recurrir a las benzodiacepinas, que se administran por vía oral, diluidas en bebidas o alimentos. Incluso, se conocen denuncias de comensales que salen drogados de reconocidos restaurantes y bares.

Este no es un asunto ajeno a autoridades y bancos, que están en mora de advertir a sus clientes y adoptar medidas que dificulten el accionar de estos delincuentes. Gracias al efecto de dichas drogas, hay casos en que los ladrones se presentan con la víctima doblegada en cajeros y ventanillas para desocupar sus cuentas; a veces solo les basta aparecerse con la cédula y las claves para cumplir su cometido.

En estas circunstancias, la única protección posible es ser precavidos: salir con gente de confianza, no recibir ni trago ni comida de extraños, estar alerta en sitios públicos y jamás descuidar bebidas o alimentos. Lo anterior no exime a las autoridades de la obligación de actualizarse en esta materia, pues la mayoría de las veces la causa está en la falta de vigilancia y no en el descuido de la víctima.