Pacientes denuncian que los medicamentos desaparecen de las farmacias
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Es el miedo a interrumpir el tratamiento lo que impulsa a los venezolanos a buscar otras alternativas, incluso si ello implica gastar hasta el triple por un medicamento que, por más que se busque, no se encuentra en las farmacias del país.
Yoleida Racines es un claro ejemplo de ello. Ella tiene activada una red de informantes que recorren distintas farmacias de Cojedes para cazar el antibiótico macrodantina para tratar la infección de riñones que tiene su mamá. Cuando tienen suerte, consiguen dos o tres cajas en Carabobo o Barinas.
Pero no siempre hay suerte, y es cuando Racines recurre a unos conocidos que les traen el medicamento desde Colombia, específicamente desde Cúcuta y Pamplona.
“Hubo un tiempo en que la macrodantina estuvo desparecida entre cuatro y cinco meses. Fue el desespero lo que me llevó a comprar el medicamento en Colombia”, explica Racines. En total, han sido cuatro las veces en que ha tenido que recurrir a esta metodología: tres el año pasado y una vez este año.
Lo que más le indigna es el presupuesto que tiene que invertir. El antibiótico, que debe ser tomado rigurosamente todos los días, puede tener un costo de 140 bolívares en Venezuela; pero el precio puede aumentar hasta el equivalente de 350 o 400 si se compra en Colombia. A eso hay que añadirle la compra del pasaje por tierra a quien va a viajar.
“Esto es un desajuste completo del presupuesto familiar. A veces hay varios encargos de distintas personas y entre todos aportamos algo para el pasaje”, narra Racines.
No es el único caso. Pacientes y familiares buscan medicamentos para la insuficiencia cardíaca, la fibrilación auricular, la angina de pecho o la diabetes, no solo en Colombia, sino en Brasil, Curazao o Estados Unidos. En algunas oportunidades hacen su solicitud de dispensación del medicamentos con apoyo de familiares o médicos de otros países que facilitan la prescripción.
Como ocurre con Gloria (nombre modificado a solicitud de la fuente para proteger su identidad). Su tío sufrió un evento cerebrovascular hace dos meses y requiere de dixogina de 25 miligramos para su tratamiento, pero por más que busca, no lo consigue.
Pidió a sus conocidos que hicieran una ardua pesquisa. Varios días después consiguió dos cajas en Maracaibo por un precio de ocho bolívares.
Sabiendo que el medicamento se iba a acabar en cualquier momento, contactó con unas amigas en Colombia para que se lo consiguieran. Su sorpresa fue que ahora tenía que pagar 800 bolívares el de marca y 400 el genérico en contraste con los ocho bolívares que les había costado antes en Maracaibo. “Lo importante es tener el medicamento, haya lo que haya que hacer”, asegura.
Para traer el fármaco recurre a unos familiares de sus amigas que viajan hasta Colombia; pero tardan varias semanas en regresar. “Uno ahora tiene que andar rogando, preguntando ‘¿cuándo viajas?’ y contando las pastillas que le quedan. No dejo de pasar por las farmacias, así sea las mismas de siempre, preguntando a los farmacéutico si saben cuándo llega”, dice.
O el caso de Dora Becerra, quien necesita de unas tiras reactivas para medirse el azúcar en la sangre producto de una diabetes que padece desde hace una década. “Mi hijo me las ha traído de Estados Unidos porque no las consigo desde hace más de un mes en Caracas”, dice.
“Ocurre lo mismo con los alimentos. La gente tiene una cacería montada, y cuando llegan (las medicinas), la gente arrasa con lo que hay con el temor que el próximo mes no lo van a encontrar. Es una constante indignación”, concluye Racines.