Opinión

Ficción: La salud como un derecho

El Dr. Rubén Jiménez es director General de una farmacéutica internacional que decidirá entre permitir el acceso de los medicamentos a sus clientes, a través de la liberación de patentes, aunque eso puede poner en riesgo su empleo, o buscar una forma para elevar el precio de los fármacos y aumentar las ganancias de la empresa.
*Eduardo Esteva Armida
El Dr. Rubén Jiménez, director General de World Health, farmacéutica internacional, tenía que tomar una decisión compleja sobre si liberar o no al público las patentes de ciertos medicamentos. Por un lado, debía proteger la rentabilidad y el futuro de la compañía pero, por otro, no quería faltar a su responsabilidad de contribuir al mejoramiento de la salud de la sociedad, pues esto sería incongruente con el eslogan de la organización: “Porque el mundo merece una mejor salud”.Laboratorios World Health era una farmacéutica transnacional dedicada a la elaboración de medicamentos, fundada en el año de 1964 con sede en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos. El eslogan siempre había sido: “Porque el mundo merece una mejor salud” y gracias a su trabajo en desarrollo de patentes, en una década (1995-2005) había registrado un crecimiento considerable.

El Dr. Rubén Jiménez, enfrentaba el reto de mantener a la empresa con el mismo ritmo de crecimiento. Esto se debió, principalmente, al surgimiento de las medicinas llamadas genéricas, medicamentos cuya patente venció por lo que cualquier farmacéutica podía manufacturar sin pagar derechos de propiedad por las fórmulas. La aparición, cada vez más frecuente, de este tipo de compañías afectó la rentabilidad de World Health y, por consiguiente, disminuyó el presupuesto que se destinaba a la investigación y desarrollo en la generación de nuevos medicamentos.

El abogado de World Health comentó al Dr. Jiménez que existía la posibilidad de que aquellas medicinas que tenían una patente a punto de vencer pudieran patentarse de nuevo por otros 20 años, al combinar el principio activo con otros ingredientes y argumentar que debían ser considerados como medicamentos nuevos.

El Dr. Jiménez sabía que estas nuevas patentes no agregaban nada relevante a los medicamentos, ni a su capacidad curativa, no obstante, gracias a las regulaciones farmacéuticas, sería una medida muy fácil de implementar. Consideraba que al hacerlo, el impacto en la rentabilidad sería positivo ya que permitirívendiendo estos medicamentos a casi el triple del precio del que se verían obligados a ofrecerlos si el mercado se abría a las opciones genéricas.

Al platicar el caso con su hijo, médico también e integrante de la organización no gubernamental “Médicos sin fronteras” (asociación internacional humanitaria que proveía asistencia médica de emergencia a poblaciones en peligro) la discusión se centró en las repercusiones de una decisión así: la gran cantidad de personas que no podría tener acceso a los medicamentos si la patente se renovaba por 20 años más y se mantuvieran los precios altos. Su hijo lo cuestionó: “¿Cuántas personas más podrían comprar las medicinas si se vendieran en la tercera parte de su precio actual? Además, tus competidores en el mercado de los genéricos podrían cuestionar seriamente el eslogan y argumentar una falta de congruencia”.

Sin embargo, el Dr. Jiménez tenía severas dudas. Las utilidades habían venido a la baja en los últimos meses y el Consejo empezaba a preguntarse si había llegado el momento de cambiar de director general a fin de
mejorar la posición competitiva
de la organización.

Rubén Jiménez, director de la compañía, debía entregar su informe durante la Junta de Consejo del siguiente lunes. “¿Qué debo recomendar: patentar nuevamente la medicina o liberar las patentes?” se preguntaba.