Decodificación Bioemocional: una polémica terapia alternativa en alza
Gustavo Sarmiento. Infonews.-
Buenos Aires.- Llegó al país desde Europa en los ’90 y sus cultores se multiplicaron en los últimos tres años. Cuestionada por médicos y psicólogos, se presenta como una técnica que decodifica patrones emocionales arraigados desde la infancia y aún en generaciones pasadas, y luego “reprograma” los hechos dolorosos que generaron el síntoma.
A veces, el cuerpo habla. Y no se saben la causa ni la solución a esas llamadas del cuerpo transformadas en patologías. Ante la desesperación, las personas pueden apelar a una peregrinación por médicos y profesionales de diferentes ramas, y luego a la homeopatía, al yoga y a una larga lista de terapias alternativas. Entre éstas últimas, hay una tendencia que crece en estos últimos años: se la conoce como “decodificación biológica” o “bioneuroemoción”.
Se trata de una técnica para decodificar patrones emocionales arraigados desde la infancia, y aún en generaciones pasadas, bajo la concepción de que cada síntoma se manifiesta a partir de una emoción que permanece escondida, como un conflicto, en el inconsciente. Algo trabado que debe ser “decodificado”, como un programa de computadora que se borra y se vuelve a cargar, “una desprogramación y reprogramación de los hechos dolorosos que provocaron el síntoma”, se trate de los programas “depresión”, “alergia” o cualquier otro. Quienes lo dictan se postulan como “puentes”, “facilitadores”, y postulan que cada parte del cuerpo tiene un significado; hasta existen diccionarios de decodificación donde orientan qué tipo de emoción genera cada síntoma. Mencionan técnicas como la programación neurolingüística, la hipnosis, la vegetoterapia, la física cuántica o el llamado “cambio de línea de tiempo”. En el último año se triplicaron las consultas. El “boca en boca” fue un disparador, pero la caja de Pandora la abrió YouTube.
Pablo Almazán administra la web Cura Emocional y es el creador de una corriente llamada Decodificación Bioemocional. Junto a la Integración Bioemocional en Cuba, son las únicas dos originarias de la región, la suya con una mirada “más cercana al lado espiritual y a la mirada de los pueblos originarios con respecto a los ancestros, el tiempo y la creación propia y cuántica de la realidad”. Almazán da un ejemplo: “Una persona que viene por una diabetes, trabajará sus conflictos de ‘amor vivido de manera tóxica’ y encontrará que, escalones arriba en su familia, o en la actualidad, hay parejas que viven juntas pero el amor (el azúcar) no circula. En muchos casos viven incluso en camas separadas. Y si en el árbol genealógico sucedió esto pero el clan sobrevivió, quedará grabado que lo mejor para continuar con la supervivencia del clan es repetir esa historia”.
No los llaman “sesiones”, sino encuentros, que terminan con una suerte de “ceremonia”; duran entre una y tres horas y, dependiendo de quién los dicte, pueden costar de 200 a 600 pesos. Van desde personas con fobia a ascensores o con celiaquía, hasta otros que no consiguen pareja o con desórdenes alimenticios, casi todos como último recurso, tras “haberlo probado todo”. En la mayoría de los casos, no superan los tres encuentros. Los problemas de obesidad suelen requerir más encuentros “porque son síntomas con más conflictos acoplados y requieren verse en detalle”, explica Almazán. Los “facilitadores” consultados tienen unos 80 encuentros al mes, y también se realizan jornadas grupales. En abril hubo tres, en Córdoba, Tucumán y Capital Federal, adonde asistieron 110 personas.
Actualmente hay unos 192 “consultores en decodificación bioemocional” en al menos doce provincias. “Es una terapia puramente científica que crece paulatinamente y sin pausa. En el último año se triplicaron las consultas”, dice Nancy Rodríguez, que ofrece sus encuentros en Tandil. Llama “consultantes” a quienes llegan (“no son pacientes, para nada”) y relata que “si bien cada caso es particular”, en decodificación el corazón suele relacionarse con la casa, la cabeza con el padre, los huesos con la autodesvalorización. La infertilidad, entre las consultas más frecuentes, la asocian a lo trasgeneracional: alguna abuela o bisabuela muerta en el momento del parto, una “memoria” heredada.
“La decodificación biológica no es medicina, pero se basa justamente en interpretar y comprender dolencias físicas, sabiendo que la enfermedad es la mejor solución biológica que el inconsciente encontró para esa persona. Muchos psicólogos trabajan en equipo con nosotros. Somos un complemento”, se explaya Rodríguez. Y si bien advierten que no compiten ni reemplazan a la medicina tradicional (“no modificamos prescripciones ni tratamientos médicos”), esta opción terapéutica no es siempre bien recibida por los profesionales de la salud. En Europa, de donde surgió, ya levantó polémicas. Se le critica la pretensión de que en pocas sesiones logran “sanar” enfermedades graves, la rigurosidad de sus postulados o la formación de quienes dictan estas prácticas: el espectro va de diseñadores gráficos o psicólogos hasta empleados administrativos. Un miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), especialista en psiconeuroinmunoendocrinología, comentó a este diario que se trata de “un nuevo espejito de color en el espectro terapéutico”. Y recomendó, a modo de analogía, leer el capítulo de Antropología estructural, de Claude Lévi-Strauss, titulado “El hechicero y su magia”.
“Se comienza desaprendiendo antiguos programas que han llevado a la situación que se desea cambiar y reaprendiendo otros nuevos”, grafica Viviana Varela, 40 años, tucumana, que ejerce la biodecodificación en Mar del Plata desde 2012. Tuvo un 75% más de consultas en el último año; dos días hace “presencial” y el resto, online.
Actualmente, Almazán escribe un libro que recopila diferentes casos. Uno es el de un ingeniero con fobia a alejarse de la familia. Se había ido a San Luis a construir un edificio y cuando las máquinas “orugas” comenzaron con los movimientos de suelo, entró en pánico: debieron regresarlo a su casa. En la decodificación, una y otra vez, el ingeniero se trababa en un punto determinado en el que un amigo llamado Eduardo intervenía en la historia: “Como no podíamos seguir, fuimos a ver si en su árbol genealógico había algún Eduardo y encontramos a su abuelo Edgar, que había ido a la guerra y nunca más había vuelto a ver a la familia, muriendo entre las orugas de los tanques. Su fobia desapareció en el acto. Aquí las historias son siempre de este estilo y simpleza”.
“Le tiré todos mis mambos, como en terapia”
Oscar Costa tiene 36 años y es de Morón. A partir de estados de ansiedad y malestar, manifestado sobre todo en dolores de estómago, acudió a una biodecodificadora, que le preguntó qué le pasaba. “Y yo le tiré todos mis mambos, casi como si fuera una primera sesión de terapia.” Ella le hizo un mapa de su composición familiar y el rol de cada uno, y después le expuso ejemplos de posibles padecimientos de acuerdo a las preocupaciones de cada uno, por ejemplo, la relación entre la preocupación por el dinero de los jefes de hogar y los dolores de cintura. “‘Mi papá está operado de la cintura’, le dije. Ahí me di cuenta de que es una crack.” Oscar recuerda lo que le dijo a modo de prólogo: “‘Vos no tuviste familia’. Así arrancamos. Y la verdad es que creo que no está tan errada. Hay toda una cuestión disfuncional en mi casa que viene de años y nunca lo vi tan claro como en la sesión con ella.” Después de hablar lago rato, le propuso hacer terapia de trance, sentarse en el sillón, relajarse. “Te dice que trates de ubicarte en el momento en el que apareció tu problema. Después, de a poquito, vas volviendo. En esos diez minutos me quebré, transpiré, lagrimeé un poco. Su frase fue: ‘Te hiciste cargo de un problema de otro.'” Antes de irse, realizó un último trance para encontrar el recurso que solucionara el problema. Debía identificarlo, transformarlo en un objeto, ponerle un nombre. “Después te hace visualizar cómo estarás en un año y después en cinco.”
Oscar confía en que su relación con los otros va a cambiar, que va a modificar ciertas actitudes. “Ojo, esto es un complemento: si el problema de uno es de salud, la medicina tradicional puede ir a la cabeza. Pero salir uno mismo de creerse un cuerpo enfermo, es clave.” Días después, cortó con la chica con la que salía desde enero. “Ambos somos hijos no deseados, nada es casual.”
Un saber que “no es para cualquiera”
De los casi 200 decodificadores bioemocionales del país, uno vive en Córdoba. Es un ingeniero civil recibido en la Universidad Católica Argentina, Ernesto González, que publica en Internet testimonios de personas que acudieron y “se curaron”. Se le consulta si cualquiera (en los cursos que dicta pide tener el secundario terminado) puede ejercer decodificación bioemocional: “Sí y no. Yo le preguntaría a usted: ¿cualquiera puede jugar al fútbol? Muy pocos llegarán a jugar profesionalmente. Bill Gates no tenía ningún título universitario y revolucionó el planeta, y conozco ingenieros en sistemas que andan vendiendo productos de limpieza casa por casa”.
“No es ni pretende ser medicina”
“Tratamos de cuidar mucho que la gente no se confunda porque esto no es ni pretende ser medicina”, define Pablo Almazán. Con origen en vertientes originadas en Francia, Bélgica y Alemania a fines del siglo pasado, esta terapia alternativa llegó al país en el último lustro. Todo el proceso no estuvo exento de polémicas en el Viejo Continente, donde hubo y hay fuertes críticas hacia dos de los fundadores de corrientes, Claude Sabbah (“Decodificación Biológica”) y Ryke Hamer (“Nueva Medicina”), quienes fueron denunciados por malas prácticas profesionales y a su vez se quejaron de una “conspiración de la industria farmacéutica”. Hamer se radicó en Cuba.
Tic transgeneracional
Débora Stefani tiene 30 años, y tenía 28 cuando acudió a la decodificación bioemocional. Algo había leído por Internet durante el periplo de médicos a los que consultó por una afección que surgió de repente, mientras cortaba una relación de pareja difícil. “De un día para el otro empecé a tener un tic nervioso. Nadie me sabía decir por qué y menos aún cuándo se me iba a ir. ‘Seguramente es estrés’, me decían. Pero no se me iba”, cuenta. El síndrome de Tourette le apareció por las noches, a través de un movimiento involuntario de cabeza, cuando intentaba relajarse. Con la decodificación tuvo tres encuentros grupales. “Primero hablamos de los síntomas. Después trabajamos con lo transgeneracional, todo lo que recibí del clan familiar, conflictos y emociones, sobre todo en el período de gestación. Y por último recorrimos el sentido de por qué teníamos determinados síntomas, que no eran algo nuevo.” Finalmente llegó la “ceremonia”: en estado de plena relajación, cortaban el “programa” de su síntoma, como si fuera una computadora, para “reprogramarlo”.
Según cuenta, el síndrome se asociaba a una contradicción en un movimiento: “Era la cabeza queriendo decir que no, no poder definirse, no poder elegir: la pareja que no me completaba.” También abordó lo transgeneracional: “Antes de nacer, mi mamá tuvo una bebé que nació prematura y falleció. Cuando sos el siguiente, en ese útero hay memoria de muerte. Es como si heredaras ese fantasma y las decisiones las tomaras de a dos. De ahí la dicotomía en las decisiones. No pensás sólo por vos.” Débora, oriunda de Lanús, dice que a los cinco días ya no se acordaba del tic, que nunca más volvió.