Sistema de salud chileno ofrece medicina indígena
Pascale Bonnefoy / New York Times News Service

Santiago, Chile— Lo primero que hace Manuel Lincovil es dar un vistazo a la orina. Como ‘machi’, o líder espiritual y curandero del pueblo indígena mapuche, ve el líquido asentarse mientras agita el frasco de vidrio, enterándose así de las experiencias, padecimientos y tristezas de sus pacientes.
“Veo la muestra de orina y luego las líneas de sus manos, y les puedo hablar de toda su vida”, dijo Lincovil mientras se sentaba debajo de un árbol, con un poncho cubriéndole la espalda, afuera de una construcción tradicional mapuche conocida como ruca. Luego, en un intercambio intenso y confidencial, el machi profundiza en la historia personal de su paciente antes de recetarle una dosis de alguna infusión herbal.
Dentro de la ruca, varias mujeres mapuche preparan mezclas herbales de entre alrededor de 150 variedades de plantas, raíces y corteza de árboles. Cada mezcla es distinta, hecha para las necesidades individuales de cada paciente, de acuerdo con Lincovil, de 72 años, quien dos veces por semana ve a docenas de pacientes en la ruca.
“Ésta no es medicina alternativa o complementaria”, declaró. “Es otro tipo de medicina”.
La ruca donde consulta Lincovil no se encuentra en una pintoresca cima o en un claro de bosque en el sur de Chile. Está en el patio trasero de una concurrida clínica pública en La Florida, distrito de clase trabajadora en la capital, Santiago. Mientras Lincovil lee la palma de un paciente, médicos y enfermeras del Centro de Salud Familiar Los Castaños van de una a otra parte, ofreciendo atención médica occidental, ajenos a lo que ocurre detrás de la puerta trasera.
En la década de 1990, el Gobierno de Chile emprendió un importante esfuerzo para hacer su sistema de atención pública más inclusivo al introducir atención médica intercultural en áreas del país con poblaciones indígenas. Los servicios ofrecidos en las rucas, como los que se dan en clínicas públicas, son gratuitos para pacientes registrados en el sistema municipal de salud pública.
Los empleados de atención médica para indígenas en el sur del país ofrecen sus servicios principalmente a la comunidad mapuche. Pero en un giro inusual, aquí en Santiago, los programas que fueron establecidos para servir a la comunidad mapuche hoy prestan sus servicios a una población predominantemente no indígena, de acuerdo con pacientes y curanderos mapuche.
El centro médico mapuche en La Florida, dirigido por la Asociación Indígena Kallfulikan, fue creado como parte del proyecto del gobierno hace 15 años. Hoy en día, la mayoría de los pacientes que visitan a Lincovil en la ruca no pertenecen a la comunidad mapuche, agregó. Suelen ser chilenos en busca de una alternativa al sistema de salud pública alópata, famoso por su falta de recursos y especialistas.
Uno de los pacientes fue Guillermo Navarro, de 66 años, chileno no mapuche que ha adoptado la atención médica indígena. Hace tres años, al sentirse enfermo, visitó a médicos alópatas en Santiago, quienes le realizaron exámenes y le dijeron en repetidas ocasiones que se encontraba bien. Él sabía que no era así.
Con el tiempo, Navarro visitó a Lincovil.
“El machi descubrió de inmediato un padecimiento grave del corazón por medio de mi orina y de mi pulso”, dijo. “Empecé a tomar las hierbas y noté los efectos de inmediato. Fue entonces que me di cuenta de que los machis poseen un don”.
Los mapuches son el grupo indígena más numeroso de Chile. Cerca del 5 por ciento de la población del país, de cerca de 17 millones de personas, se declararon de origen mapuche en el censo nacional de 2002, y 30 por ciento de ellas viven en Santiago. Se cree que la cantidad real es mucho más alta, pero la discriminación racial generalizada en Chile ha impedido que muchas personas reconozcan sus raíces indígenas, de acuerdo con funcionarios locales. No se dispone de estadísticas más recientes.
El proyecto del gobierno por ofrecer servicios de salud indígenas en la capital comenzó como un intento de ayudar a una comunidad poco atendida que se había mostrado reacia a adoptar la medicina occidental.
Un proyecto de investigación canadiense inspiró uno de los primeros proyectos de salud indígena en Santiago. En 1999, la Universidad de Ottawa desarrolló un proyecto en torno a la toma de decisiones por mujeres en La Pintana, distrito de bajos ingresos en los márgenes de Santiago con la población mapuche más grande de la capital. El proyecto fue realizado en conjunto con la Universidad Católica de Chile y con el apoyo del gobierno municipal. Las encuestas iniciales detectaron un problema común: muchas mujeres mapuche de La Pintana a menudo carecían de seguro médico puesto que no confiaban en la medicina convencional de Occidente o temían ser discriminadas por las clínicas de salud pública, y recorrer cientos de kilómetros para ver a un machi en sus comunidades de origen era poco práctico.
Al año siguiente, el primer centro de salud intercultural abrió en la clínica de Santiago de la Nueva Extremadura en La Pintana, con fondos canadienses y en el que participaron organizaciones indígenas locales. Se construyó una ruca en el estacionamiento y Lincovil, el machi de La Florida, fue contratado para ofrecer sus servicios medicinales.
“Se trató de un ejercicio de tolerancia mutua”, comentó Gabriel Jiménez, director del departamento municipal de salud. Al referirse a las poblaciones mapuche y no mapuche, dijo: “Existe una desconfianza enraizada entre la población indígena y los huinca, y el machi fue visto con sospecha por algunos médicos”.
Hoy en día hay varios programas de este tipo en la capital. Y varios hospitales y centros de atención primaria en las regiones de la Araucanía y Bío Bío en el sur del país, donde se concentra la mitad de la población mapuche, han incorporado conocimientos y prácticas ancestrales indígenas.