
“Los ciudadanos de este país no merecen, no hemos merecido los sucesivos gobernos que se han limitado a leer en los periódicos las estafas, expolios, robos y otras actividades delictivas cometidas por las compañías farmacéuticas. Estos gobiernos no han reclamado compensaciones por daños, no han aplicado sanciones, y hacen ver que no se enteran de que tienen un sistema de salud lleno de ladrones”
- Por un lado, el énfasis en la necesidad de control por parte de las instituciones públicas y de aplicación de la legislación vigente parece dejar de lado la importancia de los valores éticos de las profesiones sanitarias que deberían considerar como inaceptable el dejarse corromper por parte de cualquier tipo de industria, empleador o agente externo al acto clínico. Esto nos dibuja un horizonte teórico deseable pero totalmente irreal en una situación que, como bien describía Joaquín Hortal en la serie de tuits que se inician en este enlace, es vivida por la mayoría de lxs médicxs como la situación normativa, de modo que actual en lo que muchxs consideramos que es lo éticamente correcto supone caminar a contracorriente y salirse del camino colectivamente aceptado.
- Por otro lado, la justificación de que lo que hace la industria es legal y que si se mueven en los márgenes de la legalidad está justificado porque son una empresa y quieren maximizar beneficios, colocar sus productos, blablabla y “no-son-una-ONG” parece exonerar al corruptor de todo tipo de responsabilidad ética.
- Por último, hay una falta notable de reconocimiento de este problema por parte de los profesionales sanitarios. Desde que uno entra en el sistema puede discurrir por él mientras la industria farmacéutica le invita a la comida de bienvenida a la especialidad, anualmente al congreso anual de la sociedad científica de turno en algún lugar de España (o con suerte a algún congreso europeo en algún otro sitio), le regalan algún libro clave de esos que cuestan 300 euros… e incluso puede ser que al terminar la especialidad te quedes currando en tu servicio con una beca de “””investigación””” (en la que harás mayormente trabajo clínico) y que aunque sea vehiculizada por una fundación de investigación pública en realidad tu pagador será alguna empresa farmacéutica (o relacionada). El nivel de aceptación basal de compadreo con la industria farmacéutica es elevado y poco permeable a planteamientos éticos, dado que es complejo de abordar algo tan normalizado, a pesar de que existe evidencia disponible que muestra que estas relaciones pueden no ser muy buenas para la salud de la población.
En resumen, es necesario que la transparencia permeabilice nuestras relaciones con la industria farmacéutica; hay que transformar los espacios actualmente reservados a la “visita médica” en tiempo para dedicar a la formación, docencia e investigación, fomentando, por encima de todo, una actitud crítica e independiente en nuestro trabajo diario. Cambiar la práctica clínica es una tarea difícil, y mejorar los hábitos de prescripción, un reto; pero aprender a hacer las cosas bien desde el principio, es algo que debería estar en nuestras manos.
En ocasiones la mejor forma de generar sinergias (palabra de moda) es dedicarse a lo que uno mejor sabe hacer: la industria farmacéutica a diseñar, fabricar y comercializar fármacos innovadores frente a los mayores problemas de salud de la población; los médicos a tratar de mejorar la salud de su población mediante una buena práctica clínica empática basada en una formación crítica e independiente.