La mafia detrás del mostrador
Entre el menemismo de la convertibilidad “uno a uno” del dólar con el peso, la Alianza enredada en una economía en decadencia, con un abrupto final, “corralito” incluido, que atrapó ahorros e ilusiones y el kirchnerismo hubo negocios muy prósperos en Rosario. Las cadenas de farmacias con descuentos tuvieron su apogeo durante esas épocas difíciles y son una triste muestra del dinero fácil que nace de los vínculos con el poder, transformando a sus autores en impunes, hasta que el ciclo se cierra y otros ocupan su lugar.
En Rosario de fines del silgo XX y principios del XXI pulularon farmacias que vendían con descuentos y permitían a una población en crisis acceder a sus remedios. Detrás hubo empresarios afortunados, codeados con la política que no hacían beneficencia ni eran impulsores de una política social que intentaba mitigar los efectos de la inflación y la degradación de los salarios. Ellos con sus negocios rompían la legalidad y se sumergían en los oscuros caminos de la corrupción. Podían hacer lindos descuentos pero los gruesos ingresos nacían de la venta de remedios a afiliados a obras sociales sindicales y jubilados. Algunos inflaban las prescripciones para alimentar una red de corrupción que involucraba al estado, gremialistas y empresas privadas. Hubo muchas denuncias sobre estas estafas pero pocos condenados. Negocios sucios, política y mafias en esta historia de ambiciones y traiciones.
“El precio más bajo siempre”
Resultaba extraño que en innumerables locales de farmacia las especialidades medicinales se vendieran a un precio inferior que sus competidores. La pionera con esa modalidad llevaba el apellido de su fundador: Peressotti.
Daniel Peressotti era un farmacéutico que desde su único local ubicado en Peatonal Córdoba al 1300 extendió sucursales que en realidad no eran propias, sino operadas por terceros matriculados. Bajo su “franquicia” instaló una modalidad de venta con importantes descuentos sobre los productos del vademécum farmacéutico y su fortuna creció exponencialmente hasta su decadencia y quiebra, en 2012.
Fue el Colegio de Farmacéuticos el que no dudó en poner sospechas sobre estas prácticas comerciales. Lo sancionó varias veces por cuestiones éticas y hasta le retiró su matrícula. En la provincia de Santa Fe no están permitidas las cadenas de farmacias, sin embargo Peressotti constituyó una con varios responsables que respondían a él. Además sus colegas dudaban de un origen legítimo de los productos que comercializaba pero su poder económico enfrentaba cualquier crítica. Si a nivel mundial la industria farmacéutica era de las más prosperas, porque no pensar que ese exitoso rubro no se podía replicar en unas pocas farmacias de barrio.
Peressotti fue un importante anunciante en medios de comunicación de Rosario y además le gustaba realizar fiestas para periodistas y locutores en donde sorteaba automóviles y viajes exóticos. Mientras se ganaba el silencio de los formadores de opinión, su fortuna crecía y también sus ambiciones.
En 2003 la “Ley de lemas” permitió que proyectara su primer emprendimiento político: Su candidatura a Gobernador. El Partido Justicialista, devenido tiempo después en Frente para la Victoria, le abrió sus puertas seducido por el poder económico y fama del empresario farmacéutico, y le puso a sus pies la red de punteros políticos para ganar votos. No obtuvo el triunfo, pero sus 50 mil votos contribuyeron a que Carlos Reutemann alcanzara la Gobernación provincial. A partir de allí se transformó en un candidato posible, principalmente por el capital que estaba dispuesto a invertir en su campaña y sus aceitados vínculos con los referentes gremiales y políticos peronistas.
Dos años después lo presentan como candidato a concejal de Rosario resultando electo para una banca del Frente para la Victoria, la alianza que fundó el matrimonio Kirchner. Recibió el beneplácito de la cúpula justicialista, de Jorge Obeid, Agustín Rossi y Pedro González, entre muchos otros que aplaudieron su llegada al terreno político.
Pero Peressotti no pudo cumplir la totalidad de su período. A la mitad de su mandato un escándalo le pone fin a su carrera política. Sucedió en un local de una de sus farmacias al ser denunciado por maltratar y lesionar a dos empleadas a las que les recriminó no haber hecho nada para evitar que unos ladrones le sacaran el dinero de la caja. La opinión pública comenzó a conocer lo que puertas adentro muchos sabían: Su actitud de patrón de estancia y su trato inhumano con el personal a su cargo lo habían hecho un personaje conocido en los tribunales de trabajo, aunque nunca terminó de pagar las demandas.
La justicia lo procesó por ese incidente y además salió a luz otra causa judicial en la Justicia Federal por vender medicamentos sin receta médica.
Peressotti fue perseguido con un juicio político en el Concejo Municipal de Rosario mientras amenazaba a sus compañeros de bancada con hacerle demandas legales o revelar secretos inconfesables, pero finalmente presentó su renuncia que fue aceptada casi de inmediato. En 2008 finaliza su carrera política y uno años después cierra su último local. El concejo municipal pudo respirar tranquilo. Pese a todo, el sueño de concentrar el mercado de comercialización de medicamentos de Rosario tuvo herederos.
La mafia de las farmacias.
Parece que la forma que utilizó Peressotti para armar su emporio le sirvió también a José Amtonio Iborra y su hijo, Juan Pablo, quienes desde su farmacia “Suiza” extendieron sucursales operadas por terceros que alcanzó a cuatro locales, en donde el buen precio del medicamento era el atractivo que no reflejaba su proceder mafioso.
Los Iborra no dudaron en ordenar violentos atentados para fortalecer su negocio o impedir que otros les hagan sombra. Los hechos conocidos comenzaron en 2012, aunque no sería extraño que el proceder haya sido el estilo empresarial desde siempre.
Eran tiempos violentos en Rosario y estos empresarios no desencajaban. Las bandas de narcotraficantes arreglaban a los tiros en la calle sus disputas y la ciudad pasaba a ser noticia por sus muertes violentas. Las balas también eran el idioma de los dueños de la Farmacia Suiza.
Cuando la titular de unas de las farmacias que controlaban los Iborra presentó una demanda contra ellos, no se les ocurrió otra forma de negociar que contratar al sicario Pablo Peralta para que matara al abogado que la representaba. El penalista Alberto Tortojada salvó su vida de milagro pese a recibir varios disparos.
En 2013 Peralta y su amigo Hernán Nuñez volvieron a prestar servicio para los Iborra, esta vez debían de ocuparse de un empresario que pretendía abrir un local que iba a competir con uno operado por los mafiosos. Ya le habían baleado la casa pero no se percató de la advertencia. Este empresario también es médico y atendía en una clínica de 3 de Febrero al 1000. Allí fueron los sicarios que se presentaron como cadetes que llevaban una planta de regalo para luego golpear salvajemente a Omar Ulloa y robarle. En la huída matan a un policía de custodia, Carlos Dolce, fuera de lo previsto.
Los Iborra y su brazo armado fueron responsables de otros atentados, como el balazo que recibió en 2012 la Jefa de Inspectores de Farmacias de Rosario, Patricia Kleinlein, el cuchillazo al dueño de la farmacia de Sarmiento al 600 y los balazos contra una vecina de la zona de la comisaría 15º en 2013.
Además intimidaron al gerente del laboratorio Roemmers y a un ex presidente del Colegio de Farmacéuticos. Durante esos años el terror de los Iborra atravesó el negocio de las farmacias de Rosario sin que la clientela se percatara de la oscura trama que había detrás.
La caldera del diablo.
Los rastros de los Iborra marcan el extraño final del Laboratorio Apolo, cuya planta de producción voló por los aires en 2016 al estallar una caldera. Uno de los directores técnicos de Apolo integraba la sociedad de la Farmacia Suiza de los Iborra. El dueño de Apolo, Jorge Salinas, exhibía oro, aviones privados, vehículos de lujo y negocios ilegales con Paraguay. Estaba involucrado en una denuncia por estafar al PAMI, la obra social de los jubilados, por decenas de millones de pesos con medicamentos que simulaban vender a jubilados fallecidos.
Todo parece estar conectado con el cáncer de la corrupción, del contrabando y, porque no decirlo, del narcotráfico que relaciona sus insumos con productos de laboratorio. Una historia que no tiene fin, por ahora.
Claudio Scabuzzo
@laterminalblog
Origen: La mafia detrás del mostrador. – La Terminal, ida y vuelta a la realidad