Los negociadores del TLCAN de parte de México tenían muy claro que uno de los capítulos más difíciles por el agresivo cabildeo conque actúan ciertos sectores industriales en Estados Unidos iba a ser el de propiedad intelectual, y que las discusiones por las elevadas exigencias hacia México iban a ser álgidas.
Es sabido que la industria farmacéutica junto con la de tecnologías de información (TI) reunida en Silicon Valley en California -Google, Amazon, Apple, Cisco, Microsoft, etc- son ubicadas entre los lobbies más poderosos ante el Congreso estadunidense y la Casa Blanca.
Por ello, el secretario de Economía Ildefonso Guajardo, como cabeza del equipo negociador mexicano, logró evitar que se abriera este tema hasta avanzar en todos los demás. Propiedad intelectual se mantuvo congelado por varios meses, hasta que llegó agosto ya cerca del cierre que se puso sobre la mesa.
Pero entonces, dada la premura de los tiempos y para no entrar en largas discusiones, se retomó lo largamente negociado en el Acuerdo Transpacífico (TPP) donde Estados Unidos igualmente había impuesto altas exigencias, y México las había aceptado.
Aún así, México dio un paso más; sabía que era el momento para sacar sus últimas cartas. Una de ellas fue la de protección de datos a los medicamentos biotecnológicos, que fue música para los oídos de los negociadores estadunidenses.
Moisés Kalach, máximo representante del sector privado en el equipo negociador de parte de México, lo comentó en una mesa en las instalaciones de El Economista; al final se terminó aceptando la protección de datos para medicamentos biotecnológicos porque de por sí era algo que ya se había cedido en el TPP y era uno de los aspectos a ceder en última instancia.
Lo malo es que en el TPP la Protección de Datos se puso de 5 a 8 años, y en el TLCAN se subió a 10 años, pero adicionalmente dicha protección se otorgó para medicamentos biotecnológicos, algo que tampoco teníamos en México, pues la protección de datos clínicos hasta ahora está limitada a medicamentos convencionales, es decir los de base química, no de biológicos o de células vivas como sucederá ahora.
El argumento del equipo negociador para ceder en esto, es que México ya tiene industria farmacéutica de ambos lados, es decir tanto productora de medicamentos genéricos como de terapias innovadoras.
A decir verdad, la de medicamentos innovadores, específicamente biotecnológicos, aún es muy incipiente y justamente requiere de muchos apoyos para poder salir adelante. Ahí está el caso de Probiomed, del ingeniero Jaime Uribe -que se autonombra la biofarmacéutica de México- y que en los últimos años la ha tenido muy cuesta arriba precisamente por las severas estrategias de una farmacéutica internacional que logró extender su protección de patente e impedir la competencia de los biocomparables de Probiomed.
El costo también lo resentirá el Sector Salud público y privado porque al tener más elevadas las barreras para la entrada al mercado de nuevos biocomparables se tardarán más en bajar los precios de muchas terapias protegidas con patente, sobre todo las de última generación altamente costosas.
Un punto que Kalach hace ver es que en patentes y marcas no todo es cuestión de números, y que agilizando procesos México puede igualmente defender a su industria farmacéutica, pues también es diferente la forma de cuando empieza y cuando termina el periodo de protección, de modo que realmente la protección de datos terminará siendo como de 9 años en total.
En particular, considera que Cofepris al modernizar sus procesos de registro, a la hora en que empieza a correr el reloj para la entrada de un nuevo genérico o biocomparable podrá agilizar y darle celeridad los tiempos para la llegada de las nuevas terapias.
Origen: El as de propiedad intelectual que México sacó al final | El Economista