Según una reciente investigación actualmente las empresas se encuentran con validaciones costosas, variabilidad interlaboratorio y normas divergentes ralentizan el proceso de aprobación y vigilancia.
- Por: José Iborra
La industria farmacéutica afronta hoy uno de sus retos más críticos, garantizar, bajo estrictos estándares de calidad y seguridad, que cada lote de medicamentos cumpla con las especificaciones más exigentes. Sin embargo, a pesar de los avances tecnológicos, persisten “deficiencias significativas” en los métodos analíticos empleados a lo largo de todo el ciclo de vida de un fármaco, desde su descubrimiento hasta su vigilancia post-comercialización.
Según una reciente investigación, uno de los problemas más recurrentes es la validación de métodos. Antes de que una técnica, por ejemplo de cromatografía líquida de alta resolución (HPLC), pueda emplearse para cuantificar un principio activo o sus impurezas, debe demostrar precisión, exactitud y especificidad. Sin embargo, diseñar este proceso de validación “puede resultar costoso y prolongado”, y en ocasiones los ensayos no reflejan las variaciones reales de la producción industrial, lo que compromete la confianza en los resultados.
En este sentido, la sensibilidad y selectividad de los ensayos también constituyen un cuello de botella. La realidad es que muchas impurezas aparecen a concentraciones muy bajas, difíciles de detectar incluso con técnicas avanzadas como la espectrometría de masas de alta resolución (HRMS) o la espectroscopía de resonancia magnética nuclear (NMR). Cuando coexisten excipientes o degradados con propiedades químicas similares al principio activo, las interferencias pueden elevarse, impidiendo una cuantificación fiable.
Por otro lado, la reproducibilidad entre laboratorios y equipos destaca como otro desafío. Un mismo método, ejecutado en instalaciones distintas o con operadores diferentes, arroja resultados que pueden desviarse más allá de los márgenes aceptables. Esto se agrava por la diversidad de normativas, FDA en EE. UU., EMA en Europa e ICH a nivel internacional, que exigen validaciones periódicas y actualizaciones constantemente adaptadas a nuevos hallazgos científicos.
En el ámbito de la cromatografía, la implementación de HPLC sigue siendo la piedra angular para la separación y cuantificación de componentes. A pesar de su versatilidad, la necesidad de solventes de alta pureza, la sensibilidad a las variaciones de presión y temperatura, y el mantenimiento intensivo de columnas limitan la productividad. Según los expertos, la gascromatografía con acoplamiento a espectrometría de masas (GC-MS) ofrece mayor especificidad, pero solo es aplicable a compuestos volátiles, quedando fuera muchos principios activos de interés farmacéutico.
En espectroscopía, técnicas como espectroscopía ultravioleta-visible (UV-Vis) e espectroscopía infrarroja (IR) permiten obtener resultados rápidos sobre la composición de un medicamento, pero tienen dificultades para diferenciar moléculas que son muy parecidas entre sí. La resonancia magnética nuclear (RMN) ofrece un mapa detallado de la estructura de la molécula; sin embargo, requiere muestras más voluminosas y aparatos muy costosos, por lo que se utiliza principalmente en laboratorios con grandes recursos.
El control de estabilidad de un fármaco durante su almacenamiento y transporte sigue siendo un reto. Los ensayos acelerados de estabilidad (AST) recrean en poco tiempo condiciones extremas de temperatura y humedad para prever cómo se degradará el producto. Por su parte, los modelos predictivos emplean datos históricos para estimar la vida útil, pero ambos métodos pueden no captar rutas de degradación inesperadas, lo que podría comprometer la efectividad y la seguridad del medicamento al final de su vida útil.
Frente a estos obstáculos, varias compañías de biotecnología y laboratorios de control de calidad están invirtiendo en procesos analíticos intensivos. Aplican HRMS y NMR de última generación, acompañados de sistemas de análisis de datos basados en inteligencia artificial, que permiten filtrar interferencias y mejorar la identificación de impurezas a niveles de trazas.
En paralelo, los laboratorios académicos y de I+D exploran métodos de preparación de muestras más eficientes, que minimizan las pérdidas y reducen el ruido analítico. Se investigan técnicas como microextracción en fase sólida y turbidimetría ultrarrápida, que prometen acelerar los flujos de trabajo en control de calidad.
Los esfuerzos también se extienden a la biofarmacéutica en el desarrollo de anticuerpos monoclonales o vacunas conjugadas, por ejemplo, el análisis de agregados proteicos y fragmentos requiere una combinación de cromatografía de exclusión por tamaño, electroforesis capilar y espectrometría de masas. Cada una de estas técnicas, aunque robusta por separado, debe integrarse en flujos de trabajo validados y armonizados para cumplir con normativas internacionales.
El impacto de mejorar los métodos analíticos trasciende la mera calidad del producto, ya que acelera la disponibilidad de nuevos fármacos al reducir los tiempos de validación, disminuye los costes de lotes rechazados por fallas analíticas y, sobre todo, fortalece la confianza de reguladores y consumidores en la seguridad de los tratamientos. Las grandes farmacéuticas y las pequeñas biotecnológicas compiten ahora no solo en moléculas innovadoras, sino en la calidad analítica de sus procesos.
En un entorno en que la salud pública demanda rapidez y fiabilidad, resolver estas carencias analíticas es prioritario. La adopción de estándares avanzados, la colaboración entre sector público y privado, y el fomento de la investigación en técnicas emergentes marcarán la diferencia entre un medicamento exitoso y un producto que nunca llegue al paciente.
Consciente de esta realidad, la industria farmacéutica global se enfrenta a una encrucijada, consolidar sus protocolos analíticos tradicionales o liderar la revolución tecnológica que permita superar los principales problemas de sensibilidad, reproducibilidad y cumplimiento normativo.