Las antiguas medicinas invernales
Ricardo Berrutti.-
Cuando asoma el invierno, los gurises son los que más sufren. En una época en la cual la medicina se limitaba en muchos casos a vahos, cataplasmas, jarabes caseros, y sabiduría de médicos que empleaban todo su saber en consejos, rehuían los remedios de la “superstición” por otra, más en consonancia con la sabiduría, que aconsejaba el tiempo, solían decir: -“ ¡Mire, Doña, si le mando este jarabe, este gurí se cura en siete días…si lo deja en cama, sin más remedio que sopita de arroz liviana, con una bolsita de agua caliente… en una semana…está curado!”- Pero, ¡claro! tener una semana a tres gurises moquientos, tosiendo y pidiendo cada poco rato, bolsita de agua caliente,-o porrones – una cucharada de miel para el ardor de garganta , un pañito mojado en agua fría para el dolor de cabeza, unas galletitas para el té con leche, unos grissines para el caldito de zanahoria y arroz, y su álbum de figuritas, era una enfermedad peor para las madres, que el resfrío de los gurises.
Así que en la disyuntiva, optaban por el mejor remedio, no tan seguro, pero, por lo menos, más rápido.
Las “cataplasmas” de papel de estraza, untado con grasa, envolviendo un ramillete de lino.
“¡Qué simple es, por ejemplo, esta receta con la que se cura la erisipela! Consiste en la aplicación de la espuma «que le queda en la boca al ternero cuando acaba de mamar.
Prescindiendo de los efectos de tal remedio, ¿no es verdad que tiene una frescura de concepción, una gracia tierna y bucólica? ¿No tendrá, también, la suavidad untuosa, la grasitud leve y diáfana que la piel ardiente necesita en tales circunstancias? Y si realmente no fuera más que un remedio psicológico, ¿no valdría, acaso, emplearlo aunque no fuese más que por lo poético del procedimiento?”
La farmacopea de los remedios caseros era, por aquellos años, verdaderamente curiosa. Un párrafo especial merecen el «empacho» y el «mal de ojos». Para comprobar si una criatura efectivamente padecía de empacho, el curandero le levantaba tres veces con la yema de los dedos el pellejo del espinazo a la altura de la boca del estómago. Para tratarle, se aplicaba a éste un parche de aceite mezclado con la flor de ala ceniza.
Era creencia que estando empachada la criatura, sonara interiormente la parte del espinazo al levantarle la piel. En la Banda Oriental existía una costumbre—recogida por el médico Roberto J. Bouton (La vida rural en el Uruguay, Montevideo, 1961)— que constituía un excelente remedio para curar el empacho de las criaturas: quemar una pezuña de animal vacuno y, a medida que se iba quemando, se iba raspando. Una cucharadita de este polvo, se echaba en un pocillo de agua hirviendo, hasta la mitad de lleno y se dejaba al sereno. Al día siguiente se daba de beber al niño en ayunas.
La sangre de toro, cocida con coles y aplicada al vientre, como emplasto, también deshacía el empacho. Bouton agregaba esta estrafalaria receta: «Para alimentar una criatura empachada. La mejor manera para alimentar una criatura empachada, es aplicarle una cataplasma de dulce de membrillo, y encima, un huevo frito, sobre el estómago».
Los “vahos” de eucaliptus y tilo, hacían sudar, pero descongestionaban las vías aéreas, y, el tilo, actuaba como un calmante.
La miel era un “curalotodo” que se empleaba para el dolor de garganta, las quemaduras, las “verrugas” los sabañones, el dolor de las encías, y el dolor de estómago. En una infusión con “anís estrellado” disuelto en agua.
Si el dolor de estómago persistía, una oración al “Ángel de la Guarda” y una cucharada de “hígado de bacalao” terminaban con la dolencia.
Si tenía “dolor de oídos” el tío fumador soplaba tres bocanadas de humo en el oído, y, si el dolor persistía, había que salir a la Farmacia “Lombardi” a comprar “Oidal”
Para la tos, miel. “Con tres gotitas de limón”
Y, si no resultaba, a la “Lombardi” a comprar “pastillas de eucaliptus”
Para los dolores, de cualquier tipo, barritas de “alcanfor”
Casi para lo mismo, pero con otras propiedades, la barrita de “azufre”
Muchos de estos “remedios caseros” como el tilo, la miel, el eucaliptus, el azufre y el alcanfor, se siguen usando aun hoy, hasta en sofisticados tratamientos de belleza.
La “pezuña de vaca quemada” que se sepa, al menos, ha caído en desuso.
Por lo menos en tratamientos de belleza, aunque en la campaña profunda, se sigue usando, tal cual, para curar “empacho” de gurises.
Igual que la hoja de higuera, en la alpargata, para bajar la presión arterial.
O el zumo del higo aun verde, para curar las “verrugas” de los gurises, que les han brotado, de tanto contar estrellas.