Después del drama de la talidomida, en los años `50, la industria farmacológica se concentró en disminuir al máximo posible los riesgos.
La industria farmacológica se concentró, entonces, en disminuir al máximo posible los riesgos. Nada, ni siquiera la forma o el color en la que se presenta una determinada droga, queda librado al azar. Existen incontables cantidades de ensayos clínicos llevándose a cabo en forma simultánea en todo el mundo. Los actores de los experimentos son tanto el científico que sintetiza determinada droga en un centro académico o en un laboratorio, como la industria farmacológica que se encarga –en forma posterior y tras haber comprado la patente– de investigar su eficacia. Primero en animales más chicos, luego más grandes en una etapa pre clínica. Y posteriormente en humanos sanos en la fase I de la etapa clínica. Personas que ponen en riesgo su salud para probar la viabilidad de determinada droga. ¿Por qué lo hacen? Por dinero. Trabajan de eso.
¿Es ético que personas sanas arriesguen su vida por plata? Existen cantidad de opiniones encontradas. Carlos Burger, abogado, director de la Maestría en Bioética de la Universidad Nacional del Museo Social, miembro del comité de ética del Hospital Italiano y secretario del mismo comité del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires, cree que es importante que los organismos de control verifiquen la información real con la que se invita a participar a cada persona. Y Juan Pablo Von Arx, odontólogo, eticista y compañero de Burger en el Ministerio de Salud provincial, aclara que por lo general este tipo de investigaciones no se autorizan en países emergentes para evitar que una persona actúe empujada por su necesidad económica.
Aunque los controles son muchos, nada es infalible. En el mes de enero, en París, por ejemplo, una investigación en fase I dejó a 6 personas en estado de alta gravedad y una de ellas con muerte cerebral irreversible. Los seguros de los laboratorios encararán el costo indemnizatorio. Pero el resto de los humanos cargaremos con la culpa de saber que un tipo se inmoló para probar una droga determinada.
En la Argentina, según un informe de la Cámara Argentina de Especialidades Medicinales (CAEMe), cuyos socios son responsables por el 95 % de los protocolos de investigación clínica farmacológica aprobados por el Estado, dice que el número de protocolos aprobados y en ejecución fue, en 2015, de 455. La cifra surge de una encuesta interna entre sus socios. La cantidad de pacientes involucrados llegó a los 19.287.
La doctora Georgina Sposetti, médica investigadora, explica que la posibilidad de accidentes severos incluso en fase I es muy reducida. Que los protocolos reúnen una cantidad de pasos que los hacen muy seguros. “Los llamados eventos adversos suceden, pero los eventos adversos serios (cosas que pueden traer un riesgo de muerte, muerte o incapacidad permanente) son muy raros. Por el cuidado inmenso que se tiene”, afirma.
Sposetti, como directora de un centro de investigaciones clínicas, ha tenido que sentarse muchas veces a explicar a diversos pacientes por qué les recomendaba participar. En esa tarea suele toparse con una pregunta habitual: “¿Doctora, usted le recomendaría participar del estudio a su propio padre? ¿Participaría usted misma?” Su respuesta ultra convencida siempre fue que sí, que por supuesto. Pero aquello que, hasta hace poco, no pasaba de ser una suposición, pronto fue realidad dolorosa cuando adquirió una enfermedad muy rara y sin tratamiento. “Fue un punto de inflexión para mí. Yo creía que podía hacer todo y de repente hay alguien que te baja de un tiro a tierra. Durante muchos meses no podía caminar, no podía escribir, tenía la mitad de mi cuerpo paralizada, entonces entendí que podía demostrar, sobre todo a mis hijos, que a pesar de que uno tiene una enfermedad puede seguir adelante, sacarle el lado positivo. Participar de un ensayo clínico es por uno que lo necesita pero también es por los que vendrán”, cuenta. Sin embargo, no hay ningún ensayo clínico en curso en todo el mundo sobre el mal que la aqueja. Es que, como decíamos, los laboratorios eligen invertir en producir medicamentos para las enfermedades más comunes, es decir, las más redituables.
“El laboratorio puede pensar millones de posibilidades de investigación –opina Carlos Burger–. Le va a corresponder a las autoridades gubernamentales, hospitalarias y comités de ética expedirse sobre la pertinencia de los proyectos. Es decir, por qué se investiga esto, por qué se incluye a estos pacientes y cuál es la importancia social que tiene.” Tanto Burger como Von Arx señalan la importancia de que se apueste también a la investigación epidemiológica.
En diciembre, saldrá “Un ensayo para mí”, primer sitio web en español para pacientes interesados en participar de este tipo de pruebas, con datos sobre investigaciones en marcha. Un GPS de prueba y, para algunos, esperanza.
Origen: Impactantes testimonios de pacientes que fueron conejillos de Indias