La salud no depende de los medicamentos.
Decía el escritor Aldous Huxley: “La medicina ha avanzado tanto que ahora todos estamos enfermos”, una frase que concentra los problemas que nos proponemos analizar sobre la medicalización de la salud y sus consecuencias individuales y sociales.
La medicalización alude al menos a tres problemas vinculados entre sí. Por una parte, medicalizar es aplicar un enfoque médico a problemas humanos, de tal modo que cualquier trastorno, desviación de la norma o fenómeno que desafíe lo establecido o la costumbre es considerado como enfermedad. Eso lleva a un abuso en el consumo de fármacos, por lo que medicalización se refiere también a sobremedicación.
Hay una tercera acepción quizá menos conocida por ser más abstracta: la medicalización, tal como explica el sociólogo Jesús María de Miguel, es también tratar por separado problemas que van juntos. Eso se debe a la superespecialización de la medicina, que ha fragmentado la visión de la salud y de la enfermedad, fragmentando a su vez al ser humano haciendo que sus problemas sean más difíciles de comprender al contemplarlos sin el contexto adecuado. Todo ello impide que impulsemos un cambio de las actuales condiciones de vida: explotación, desigualdad, injusticia, violencia, destrucción de la naturaleza… para conseguir una sociedad más armónica, sana y feliz.
Un círculo vicioso
Tras la Revolución Francesa y bajo la influencia del positivismo y el racionalismo, la ciencia y la medicina comenzaron a cubrir espacios de poder que antes eran monopolio de la Iglesia, de modo que actualmente todo el arco vital que va desde la concepción hasta la muerte está de una forma u otra en manos del estamento médico. Pero la medicalización no se produce únicamente debido a las herramientas de la medicina, sus conceptos para clasificar a la gente, sus protocolos de actuación, su influencia en los responsables políticos y legisladores y, por supuesto, sus intereses económicos.
Estas estrategias se complementan con la actitud de la gente, el miedo a la libertad, del que ya habló Erich Fromm, la constante delegación de la responsabilidad y de las capacidades decisorias en manos ajenas, más aún cuando se trata de cuestiones de vida o muerte, es decir, el antiguo territorio de la religión y ahora de la medicina.
Nuestra sociedad no favorece lo vital, no impulsa la creatividad, la libertad, el pensamiento crítico, quizá porque no ha sido construida por seres humanos libres y espontáneos. Estamos, pues, ante una pescadilla que se muerde la cola: las instancias de poder mantienen a la gente en la ignorancia sobre su salud y generan dependencia y delegación de responsabilidad; y esa ignorancia e indolencia hacen que el sistema se perpetúe y las cosas sigan igual.
Una de las claves de la medicalización es el concepto de salud basado en la teoría microbiana, que considera a los microbios como invasores y causantes de enfermedades, y por tanto, como objetivos de un arsenal creciente de productos tóxicos justificados por la demanda de soluciones rápidas, el endiosamiento de la tecnología y la creencia de que cualquier síntoma que implique una molestia o un desvío de ciertas condiciones definidas como «normales» debe ser inmediatamente tratado, lo que significa suprimido, bloqueado, eliminado o acallado.
Cualquier otra visión queda desterrada de los programas educativos desde la primaria a la universidad, de las revistas especializadas y de la información general que trasmiten los medios de masas, de modo que ni los profesionales ni el público disponen de un conocimiento básico y sencillo de hábitos o remedios naturales, que a menudo son rechazados por el estamento médico y calificados de no científicos.
Una vida medicalizada
El nacimiento y la muerte, dos momentos cruciales para el ser humano, se han convertido en problemas médicos que los especialistas tienden a solucionar sustituyendo a la naturaleza por actos médicos de prevención y tratamiento; y entre uno y otro la vida entera ha sido medicalizada.
Así, a la batería de “soluciones” farmacológicas que abarcan concepción, embarazo y parto, se añaden desde el nacimiento las propias del bebé: vitamina K sintética, vacunas, antibióticos, antiinflamatorios, analgésicos… recetados en el curso de las periódicas revisiones pediátricas.
Y el proceso continúa durante la infancia, la adolescencia y el resto de la vida. Especialmente en la madurez y la vejez se acentúa la dependencia de un cóctel de medicamentos. Es el precio por una vida más larga.
Entre los fármacos más consumidos en nuestro país hallamos dos antipsicóticos, tres tranquilizantes o ansiolíticos, un antibiótico de amplio espectro, un antiiflamatorio, un analgésico y un anticoagulante; todos ellos productos
cuya función es –como hemos señalado– acallar síntomas y no curar o solucionar problemas; de hecho, sus efectos secundarios provocan en muchas ocasiones problemas más graves que los que pretenden solucionar.
Un estudio publicado en el Journal of American Medical Association advertía que cada año se producen en Estados Unidos 225.000 muertes causadas por el sistema médico, incluyendo 106.000 muertes por fármacos aprobados por la FDA y correctamente prescritos.
Un artículo reciente del British Medical Journal concluía que entre dos y cuatro millones de personas habían experimentado daños graves o fatales por reacciones adversas a medicamentos. Muchos pacientes se han convertido en cobayas de la farmaindustria, cuyo enorme poder e influencia le permite saltarse los códigos éticos, directrices profesionales y leyes. Eso provoca un aumento de los enfermos, la creación de nuevas enfermedades y un proceso de cronificación de los problemas de salud –parece más rentable reprimir los síntomas durante décadas que abordar sus raíces–.
Por ello, en el último medio siglo los trastornos agudos han disminuido drásticamente frente a los crónicos o degenerativos, que ahora constituyen las principales causas de enfermedad y muerte. Un ejemplo clarificador: en el siglo XIX la naciente psiquiatría disponía de ocho categorías diagnósticas; en 1952, al ser sistematizadas mediante el manual editado por la Asociación Americana de Psiquiatría, pasaron a un centenar. Las sucesivas ediciones las han ido multiplicando siguiendo los dictados de la industria.
El diagnóstico marca así hoy la frontera entre la normalidad y la enfermedad y cumple una doble función: por una parte permite la intromisión de expertos en la vida personal, y por otra da un nombre a experiencias difíciles de expresar y definir, asignándole a las sensaciones, preocupaciones o problemas de la gente una causa y un remedio. Eso contribuye a que consideren esos procesos emocionales como algo ajeno y controlable.
¿Qué podemos hacer ante la medicalización?
¿Cómo se puede salir del círculo vicioso de la medicalización? Los nuevos descubrimientos de la biología nos abren la puerta a otra visión de la salud y de la enfermedad, una visión holística basada en la simbiosis que considera a los microbios como colaboradores vitales y refuerza la responsabilidad y la autogestión de la salud, y por tanto la desmedicalización.
Es factible llevar a cabo pequeñas acciones en el día a día para cambiar esta situación, retomando la responsabilidad sobre nuestra salud y aportando al mismo tiempo nuestro trabajo y nuestro proceso de descubrimiento a la tarea colectiva necesaria para promover una transformación a largo plazo:
- Entrenarse en conseguir una mirada global a la hora de tratar los problemas, situándolos en un contexto amplio que incluya factores físicos, mentales, emocionales y espirituales.
- Esforzarse por rehumanizar nuestras relaciones y nuestro entorno, tan invadido por la tecnología y por lo virtual, pero dejando un espacio para no perder el contacto con la naturaleza: al aire puro de los bosques, al agua de mar, al contacto con la tierra y el sol…
- Situar los fármacos en el lugar estricto en el que cumplan una función útil sin cruzar innecesariamente esa frontera. Es preferible manejarse con sencillos hábitos de vida saludable o, si es preciso, utilizando remedios, técnicas y terapias naturales o tradicionales.
Origen: La salud no depende de los medicamentos. ¡Responsabilízate!