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La industria farmacéutica es egoísta por definición

La abogada especialista en derecho de salud Julia Canet afirmó que “liberar las patentes sería un acto de absoluta Justicia”.

Julia Canet preside el Instituto de Derecho de la Salud y Bioética del Colegio de Abogados de Rosario e integra la Red Bioética Unesco.

Por Eugenia Langone
  • mlangone@lacapital.com.ar

“Los Estados fueron muy egoístas y la industria farmacéutica es egoísta por definición”. La afirmación de la abogada especialista en derecho de salud Julia Canet no deja lugar a dudas a la hora de explicar cómo fue de inequitativa la distribución de las vacunas contra el Covid-19 a nivel global. “Hay países como Canadá que compraron dosis suficientes para vacunar cinco veces a su población”, graficó la presidenta del Instituto de Derecho de la Salud y Bioética del Colegio de Abogados de Rosario e integrante de la Red Bioética Unesco. En otros países, en cambio, sus habitantes aún no recibieron una sola dosis y no la recibirán hasta el 2023. La abogada no sólo describió el poderío de la industria farmacéutica, incluso frente a los Estados que aportaron para el desarrollo de las investigaciones, sino que además explicó a La Capital de qué se trata el pedido de “liberación de las patentes” y sus consecuencias sobre la fabricación y comercialización de estos componentes que hoy son la principal herramienta contra la pandemia. El pedido fue más que una consigna que circuló a nivel global, sino que fueron los propios Estados los que presentaron ante los organismos internacionales la iniciativa, que no prosperó. “Que se liberen las patentes sería un acto de absoluta de Justicia”, opinó Canet.

 

-La pandemia puso en boca de todos el derecho de acceso a la salud primero y a las vacunas después. Allí apareció la consigna y el pedido formal de los gobiernos de liberar las patentes sobre las vacunas. ¿De qué hablamos cuando nos referimos la producción de fármacos?

– La patente es un derecho exclusivo de producción y comercialización, por un mínimo de 20 años, que se reconoce a las compañías farmacéuticas por haber desarrollado estos productos. Nadie más puede ni producir ni comercializar esos medicamentos o vacunas. Eso hace que el precio esté determinado exclusivamente por estas empresas que son parte de lo que se conoce como “bigfarma”, uno de los negocios más rentables y poderosos a nivel mundial.

-Hubo Estados que participaron del desarrollo de las vacunas. ¿Eso limitó esos derechos sobre las compañías en algún caso?

-La participación de los Estados fue importante en el financiamiento para los desarrollos de las vacunas, pero la industria es poderosa y pese a esa contribución, las reglas del juego son las que impone la industria. Ellos las producen y fijan el precio.

-¿Qué significa liberar las patentes?

-Las patentes surgen a partir de la Organización Internacional del Comercio, donde los países suscriben determinados convenios que regulan las relaciones comerciales internacionales y uno de esos convenios tiene que ver con las patentes. La propuesta de liberarlas tiene un antecedente en la epidemia de sida, cuando miles morían en el sida en los países del Africa subsahariana por falta de acceso a los medicamentos. Allí, India y Sudáfrica propusieron dejar sin efecto las patentes para que cualquiera pudiera producir esos medicamentos y por ende, bajar el costo; pero no tuvo éxito. Ahora con las vacunas, esa propuesta se generalizó, increíblemente hasta Estados Unidos declaró su apoyo a la iniciativa y creo, en muchos casos, se sintieron obligados moralmente a hacerlo. La pandemia puso de manifiesto como nunca cuestiones de la bioética, como es el acceso a medicamentos a nivel global. Cada año, 10 millones de personas mueren en el mundo por no acceder a medicamentos esenciales para patologías fácilmente controlables como es la presión arterial. Y esto tiene que ver con la industria y cómo se maneja. Pensar que se van a liberar las patentes aparece como una utopía, pero creo que así y todo, aunque no se hizo, esta vez se avanzó más que en la propuesta anterior.

-Es decir, las reglas las pone la industria a contramano del fuerte discurso sostenido a lo largo de la pandemia que apeló a la solidaridad y al cuidado colectivo a nivel local y global.

-Hay una gran incoherencia. Hubo un fuerte discurso de que había que vacunar a todos y entre todos colaborar y lo que pasó en la práctica fue que países como Canadá compraron vacunas para inocular cinco veces a su población, cuando hay países que aún no recibieron una sola dosis.

– ¿Cómo ubica a Argentina en ese mapa global?

-Nuestra posición no es tan mala. La mayoría de los países de Africa no tienen dispositivos de salud pública y quien requiere un tratamiento, lo paga de su bolsillo. Nosotros tenemos un sistema complejo y con falencias, pero una salud pública presente en lo esencial. Es cierto que hacia adentro no es lo mismo Santa Fe que Formosa, hay inequidades también hacia el interior; pero hay un sistema al que recurrir.

-El fondo Covax fue un intento por democratizar el acceso a las vacunas.

-Lo fue y en alguna medida se logró, pero no tuvo la cantidad de vacunas que esperaban para distribuir. Eso sigue sin ser suficiente porque los Estados fueron muy egoístas y la industria es egoísta por definición. Las corporaciones también dieron un mensaje donde planteaban no tener intereses de lucro y no fue así.

-Solo Pfizer había anunciado ganancias por 26 mil millones de dólares y ahora recalculó ese monto en un 30 por ciento más; es decir, por encima de los 33 mil millones.

-Es así y en 2022 ganará otro 40 por ciento más. Ellos no solo no pierden. La industria define la investigación y desarrollo de determinadas drogas calculando si ese medicamento va a rendir económicamente por encima de lo que rendiría dejar esa inversión a plazo fijo en el mercado financiero y no en base a las necesidades reales. Esa es la industria.

-¿Cuál es el poder y rol del Estado frente a eso?

-El Estado individualmente frente a las corporaciones de la industria es débil. Creo que este es un problema global que debe pensarse en bloque; es decir plantarse no como Argentina sino como Mercosur para poder negociar con las compañías. Además también es débil la autoridad regulatoria. En este caso la Anmat, que en forma automática y a través de regímenes acelerados aprueba medicamentos y vacunas ya autorizadas por la FDA (su par en Estados Unidos) o la Agencia Europea de Medicamentos; eso también tiene consecuencias, como si fuera una sucursal de los países centrales y no una autoridad firme.

-La Unión Europea como tal planteó la necesidad de que las vacunas tuvieran precios asequibles y eso tampoco fue tenido en cuenta.

-Todos los países lo pidieron y las farmacéuticas plantearon que una vacuna a 10 dólares es un precio asequible, cuando no lo es para los países de menores ingresos. No digo que no tengan que ganar algo, pero han ganado tanto que liberar las patentes de las vacunas sería un acto de absoluta Justicia.

-Hay especialistas que señalan que hay países que recién recibirán vacunas en 2023.

-Es así y por eso decimos que Argentina no está tan mal. Porque accedimos a las vacunas, con dificultades es cierto, pero hay países que realmente al día de hoy no tuvieron acceso a una sola vacuna.

-Es una experiencia local y regional, pero Santa Fe y Rosario tienen una política de producción pública de medicamentos a través de sus laboratorios LIF y LEM, ¿cómo analiza esa experiencia y su potencial desarrollo?

-La solución pasa por ahí: por un lado, encarar la cuestión a nivel global y nuclear a los Estados y, por otro lado y sin dudas, potenciar la producción pública de medicamentos como viene haciendo Santa Fe. Esa es una herramienta formidable que ha tenido éxito y que abastece actualmente al 90 por ciento de los hospitales públicos. Incluso tienen medicamentos para enfermedades huérfanas (para las que la industria no produce) y hay pacientes y niños a quienes anualmente el laboratorio del Estado santafesino les fabrica una vez al año lo que necesitan y en las dosis que necesitan porque no existe en el mercado. Eso no lo hace ningún laboratorio privado. Hay que seguir proponiendo soluciones más equitativas. Si bien es cierto que aunque se liberaran hoy las patentes de las vacunas, muchos países no tendrían los laboratorios o el “know how” para producirlas, igual tiene sentido seguir bregando por eso. No solo desde un punto de vista ético, sino porque eso se va a concatenar una transferencia de tecnología a largo plazo; y aunque muchos hoy no puedan hacerlo, habrá otros, como Argentina, que sí podrán producir y distribuir vacunas más equitativamente para el resto. Es una lucha que hay que dar.

Origen: La industria farmacéutica es egoísta por definición

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