Rutas de la salud y la selección idónea de fármacos
Por Alejandro Svarch*
Si se observa con detenimiento la evolución del mercado farmacéutico en México las décadas recientes –como revela el gráfico que acompaña esta nota– se advierte un fenómeno llamativo: las curvas de facturación y de unidades vendidas comenzaron juntas, pero pronto se distanciaron.
Los laboratorios facturaban cada vez más, aunque vendieran menos unidades de medicamentos. El secreto de esa paradoja residía en la incesante aparición de productos con precios muy por encima del promedio. La apuesta no era perfeccionar los tratamientos, sino persuadir a los médicos de sustituir fármacos seguros, probados y accesibles por novedades que rara vez ofrecían un beneficio clínico real, pero sí disparaban los costos.
El resultado fue una espiral de gasto que terminó por asfixiar a las familias y desgastar a los sistemas públicos. La salud quedaba, en los hechos, convertida en rehén de la lógica del mercado.
Frente a ese escenario emergió una respuesta técnica y política a la vez, la selección adecuada de medicamentos. En lugar de permitir que la industria dictara la oferta, el Estado comenzó a establecer listas explícitas de medicamentos esenciales: aquellos con eficacia y seguridad probadas, capaces de resolver la gran mayoría de los motivos de consulta en la atención primaria.
La experiencia demuestra que, de las miles de presentaciones comerciales autorizadas por Cofepris, bastan menos de un centenar de principios activos para cubrir prácticamente todos los motivos de consulta del primer nivel. No se trata de limitar, sino de garantizar que lo indispensable nunca falte.
En esa línea se inscriben los Protocolos Nacionales de Atención Médica (Pronam), impulsados por la Secretaría de Salud, que aseguran que los fármacos que llegan a cada centro de salud no sólo estén disponibles, sino que sean los más apropiados para tratar las enfermedades más frecuentes. Cuando en el mercado hay 17 antihipertensivos distintos, lo que aumenta no es la calidad del tratamiento, sino la dispersión, cada médico prescribe uno diferente, y se diluye la evidencia y el resultado en salud. En cambio, cuando las Rutas de la Salud ponen en manos de especialistas los medicamentos esenciales, se asegura un manejo uniforme y equitativo, se ordena la práctica y se devuelve certeza al paciente.
Hoy, las Rutas de la Salud distribuyen paquetes de medicamentos esenciales y material de curación en todo el país. Con ello se busca desmontar el viejo modelo fragmentado y desigual. En lugar de miles de claves dispersas, la distribución parte de una lista racional, suficiente para atender bien a la mayoría, sin margen para la discrecionalidad ni para el desabasto.
La clave no es multiplicar la oferta, sino organizarla. La clave no es sumar sin medida, sino ordenar con sentido. La fuerza no está en la cantidad, sino en el criterio. Y esa elección no sólo protege las finanzas públicas, también democratiza el acceso y mejora la calidad de la atención.
Porque, en definitiva, la gratuidad de los servicios y la disponibilidad de medicamentos esenciales son dos caras de una misma moneda: la construcción de un sistema de salud público, justo y sostenible.
De ahí la pertinencia del nombre Rutas de la Salud. No son sólo caminos logísticos, son senderos de equidad. Cada caja que se abre en un consultorio rural y cada frasco que se entrega en una farmacia comunitaria anuncian que la salud ya no está sometida a la inercia del mercado, sino que se guía por una brújula pública. Una que apunta siempre al mismo horizonte, donde la medicina adecuada llega a tiempo y al lugar correcto, sin excepción.
*Director general de IMSS-Bienestar
Origen: La Jornada – Rutas de la salud y la selección idónea de fármacos