Los acuerdos arancelarios con EEUU han permitido ganar tiempo, pero el impulso inversor se encuentra en otros lugares.
Las empresas farmacéuticas se han quejado durante mucho tiempo de que Europa gasta muy poco en medicamentos. Fue necesaria la llegada de Donald Trump, quien amenazó con elevados aranceles y acusó a los países europeos de “aprovecharse” de EEUU, para que las advertencias se hicieran notar.
En respuesta a las amenazas, los gobiernos europeos se apresuraron a alcanzar acuerdos. Reino Unido consiguió un acuerdo de arancel cero a cambio de aumentar el gasto en medicamentos y reducir los costes para las farmacéuticas. La UE y Suiza aceptaron un tope del 15%.
La pregunta es si estas concesiones serán suficientes para restablecer las relaciones entre el sector y Europa.
“Europa tiene ahora la oportunidad de acelerar la marcha y seguir el ritmo de un sector que avanza”, explica Nigel Layton, director de ciencias de la vida y productos farmacéuticos de Forvis Mazars. “Que este acuerdo sea suficiente dependerá de lo que suceda después, pero por ahora, es una señal positiva de que es posible avanzar”.
El mensaje que las farmacéuticas llevan algún tiempo esforzándose por transmitir es que, sin cambios en las políticas, Europa se quedará aún más rezagada respecto a EEUU en innovación y acceso a medicamentos, y podría tener dificultades para seguir el ritmo del rápido progreso de China.
Una de las quejas de Trump ha sido que, dado que los consumidores estadounidenses pagan significativamente más por los medicamentos, los países europeos se están “aprovechando”.
Su Administración está presionando para que la industria adopte una política de precios de “nación más favorecida”, lo que significaría rebajar los precios estadounidenses a los niveles que se pagan en muchos otros países desarrollados.
Según un informe de EY, en términos de PIB per cápita, los países europeos de altos ingresos gastan aproximadamente la mitad de lo que gasta EEUU en medicamentos innovadores. Al mismo tiempo, la inversión en I+D farmacéutica en Europa ha disminuido.
Según la Federación Europea de Industrias y Asociaciones Farmacéuticas (EFPIA, por sus siglas en inglés), un grupo de presión, en 2022 la participación del continente en la inversión en I+D de los países ricos había caído al 31%, frente al 41% dos décadas antes.
En 2024, el gasto en I+D en Europa aumentó un 4,4% interanual, pero fue superado por el 5,5% de EEUU y el 20,7% de China.
La industria se muestra especialmente frustrada con Reino Unido, que negocia rigurosamente el importe que su Servicio Nacional de Salud paga por los medicamentos con receta y aplica normas estrictas de relación calidad-precio a los nuevos fármacos.
En parte envalentonadas por Trump, durante el último año las grandes farmacéuticas han anunciado que recortarán su inversión en Reino Unido.
Eli Lilly suspendió sus planes de construir un laboratorio en el centro de Londres en septiembre, y Merck, conocida como MSD en Europa, ha descartado la propuesta para crear un centro de investigación de 1.000 millones de libras (1.147 millones de euros). En enero, AstraZeneca canceló un plan de 450 millones de libras para una planta de fabricación de vacunas en Reino Unido.
Los reveses en Reino Unido forman parte de un patrón de disminución de la inversión en toda Europa.
“Es una tendencia muy visible”, afirma Nathalie Moll, directora general de EFPIA, “y esa inversión se ha dirigido a EEUU y Asia, principalmente a China. No es que haya desaparecido, simplemente el dinero se ha trasladado a otros lugares”.
Moll explica que los obstáculos incluyen el aumento de los reembolsos (descuentos en la venta de medicamentos al por mayor a los sistemas de salud) y el alto coste del I+D en Europa.
Esto ha llevado a que el continente caiga por detrás de China por primera vez en el lanzamiento de nuevos medicamentos, mientras que la proporción de ensayos clínicos en el Espacio Económico Europeo se ha reducido casi a la mitad en la última década, cayendo al 12% en 2023, desde el 22% en 2013, a pesar del aumento mundial de los ensayos.
“Esos obstáculos hacen que Europa sea poco atractiva”, añade Moll. “Y debido a su diversidad y variedad, no hay forma de solucionarlos de una sola vez. Hay que ir país por país y producto por producto para abordarlo; en comparación con países como EEUU o China, que tienen poblaciones enormes y un solo sistema, eso ya supone una desventaja competitiva.
Sin embargo, la principal demanda de la industria —que Reino Unido y la UE gasten más en medicamentos— se ha vuelto cada vez más difícil de satisfacer. Las finanzas públicas están tensionadas, los costes sanitarios aumentan con el envejecimiento de la población y los gobiernos europeos están gastando más en defensa debido a la guerra de Rusia contra Ucrania y la desvinculación de EEUU.
Se prevé que el acuerdo farmacéutico de Reino Unido con Washington cueste 3.000 millones de libras y aumente el gasto del NHS en medicamentos de aproximadamente el 9,5% de su presupuesto al 12%.
“La gran pregunta es de dónde saldrá el dinero extra”, afirma Francis Ruiz, investigador de políticas de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. “Si el Gobierno destina fondos adicionales para aumentar el gasto farmacéutico… podría ser un buen acuerdo para Reino Unido. Pero si esto sale de los presupuestos existentes del NHS, podría causar la pérdida de vidas a medida que tratamientos más económicos se vean desplazados para dar paso a nuevos medicamentos más costosos”.
Algunas asociaciones de pacientes ya han alertado sobre esta posibilidad. Ceri Smith, directora de políticas de la MS Society, una organización benéfica de Reino Unido centrada en la esclerosis múltiple, afirma que la falta de claridad sobre la procedencia de la financiación es “preocupante”, dado que servicios vitales para personas que padecen la enfermedad, como la fisioterapia, ya enfrentan dificultades debido a la falta de financiación.
Sin embargo, la industria farmacéutica desea que los gobiernos vayan más allá.
El consejero delegado de Eli Lilly, David Ricks, explica a Financial Times que su compañía desea que el Instituto Nacional para la Excelencia en la Salud y la Atención (NICE) de Reino Unido, que decide qué medicamentos utiliza el NHS, apruebe Kisunla, su medicamento para el Alzheimer.
NICE se ha negado previamente a recomendar el fármaco, alegando este año que, si bien retrasa la aparición del Alzheimer moderado de cuatro a seis meses, “los costes totales de compra y administración del fármaco siguen siendo elevados y los beneficios son demasiado pequeños”. Kisunla cuesta unos 32.000 dólares (27.200 millones de euros) al año en EEUU.
“Reino Unido servirá como prueba de fuego para lo que sucederá en la nación más favorecida en relación con Europa”, señala Sean Conroy, analista de Shore Capital.
“Se empezará a ver algo más de claridad con las negociaciones con la UE. A la industria farmacéutica le interesa subir los precios fuera de EEUU… y eso podría significar precios más altos en Europa. Tenían la baza para pausar las inversiones en Reino Unido”.
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