España: Del comercio farmacéutico de antaño
Por: Antonio Mariscal Trujillo , Jerez
Colocando publicidad en farmacia de Plaza Plateros.
YA en los años anteriores a nuestra Guerra Civil los botámenes de las farmacias españolas comenzaron lentamente a dejar espacio en sus estanterías a las numerosas especialidades farmacéuticas que iban apareciendo en el mercado. Para la comercialización de estos productos la mayoría de los laboratorios preparadores se valían de representantes o comisionistas locales a través de los cuales daban a conocer a médicos y farmacéuticos sus productos.
Estos representantes solían ser, generalmente, gente relacionada con la sanidad: practicantes, veterinarios, mancebos de botica etc., o también agentes comerciales que entre sus muchas representaciones incluían productos farmacéuticos y de droguería. Los más antiguos de los que en Jerez tenemos referencia datan de 1920. El primero de ellos, Diego López Rico, era practicante, tenía su domicilio en la calle Évora y representaba un producto para el tratamiento de la sífilis denominado “Neocrom-sanavida”. El otro, un señor natural de Sevilla y avecindado en la calle Santa Cecilia nº 2 cuyo nombre era Luís Sanguiao Martínez, viajaba en esa misma década por toda la provincia de Cádiz y las plazas del protectorado español de Marruecos, visitando a la clase médica con los productos del laboratorio sevillano Fernández de la Cruz, preparador entre otros medicamentos del entonces célebre “Bronquimar”, gran remedio para la tos y los resfriados. Podemos imaginar cómo y en qué condiciones se podía viajar en aquellos años por el norte de África.
Pero las mejores representaciones de medicamentos en aquella época en Jerez las poseía sin duda alguna el Sr. Domingo Beas. Este señor era representante de al menos media docena de importantes laboratorios, entre ellos que se encontraban Cusí, el más acreditado fabricante español de colirios y pomadas, o la potente multinacional alemana Boheringer Manheim.
Otro pionero de los que alcanzamos a conocer fue el Sr. Eduardo Molina, quien desde mediados de los años cuarenta hasta su jubilación, fuera jefe del desaparecido mayorista farmacéutico Fernández Gómez de la calle Rosario, y que comenzó muy joven a finales de los años veinte como representante del laboratorio sevillano Fernández de la Cruz anteriormente citado.
Extraperlo y contrabando
Una vez finalizada la II Guerra Mundial, las farmacias europeas y americanas comienzan a disponer del gran milagro del siglo: la penicilina. Claro que en España había carestía de todo y el Estado no poseía divisas para importar casi nada, de modo que el milagroso descubrimiento del Dr. Fleming no estaba al alcance de cualquiera, y el que lo necesitaba no tenía más remedio que encargárselo a un educado y elegante señor llamado Antonio Soto, quien de contrabando y a través de Gibraltar traía las unidades necesarias conservadas en nieve carbónica. Aún faltarían algunos años hasta que se creara en España en 1949 la Compañía Española de Penicilina y Antibióticos (CEPA) con capital del Banco Urquijo y tecnología de la norteamericana Merk, saliendo sus primeras unidades de penicilina al mercado en 1951. Otros medicamentos que también pasaban de matute junto con las medias de nylon, los cuarterones de Montecristo, los cigarrillos Chester, la sacarina y las piedras de mechero, eran las insulinas Welcome así como la estreptomicina. Unos comprimidos de fabricación holandesa para combatir las molestias provocadas por la úlcera de estómago y envasados en una lata amarilla, eran también mercadería de estimado e ilegal comercio. “Roter”, que así se llamaba este producto, poseía una fórmula compuesta por bicarbonato, bismuto, extracto de regaliz y otros componentes. Pues bien, aun habiendo una réplica española, el “Rimihón” de laboratorios Marín con exacta o muy parecida fórmula, parece ser que no mostraba para sus usuarios la misma eficacia. No sé si sería por aquello tan arraigado en esos tiempos de que, donde se ponga lo extranjero se quite todo lo nacional.
Representantes de antaño
Pioneros en la promoción de especialidades farmacéuticas, lo fueron en el Jerez de la posguerra otros inolvidables profesionales. Aunque seguramente dejaremos alguno atrás, trataremos de hacer memoria para mencionar aquellos que tuvimos la suerte de llegar a conocer. Así, Francisco Uyá con su delegación jerezana de Instituto Ibys, Juan Gil Chicano de los laboratorios Liade y Leti, Mariano Cela de Instituto Llorente, siempre con sombrero y traje blanco; Juan Ramírez, que alternaba su trabajo como funcionario de correos con las mejores representaciones farmacéuticas de la época, tales como Roche, Lasa o Madariaga; Juan Pavón de laboratorios Abelló, empleado de correos al igual que el anterior; el Sr. Guerrero de Laboratorios Made; el inolvidable Eduardo Barra de laboratorios Pisagra y Puerto Galiano con la popular tableta Okal siempre a bordo de su vieja Guzzi. Sin olvidar a Antonio Genero de la farmacéutica alemana Hoechst, o Rafael Sola de Lederle. Tampoco podemos dejar de aludir a aquel inolvidable amigo y maestro del que esto escribe que fue Luís Moreno López, representante de laboratorios Duphar así como de diversas casas de material clínico. De todos los profesionales de aquella época, el que más kilómetros recorrió en su labor fue sin lugar a dudas José Luís Rodríguez Gutiérrez, el cual trabajó durante muchos años para la empresa alemana Homburg, fabricante entre otros del antaño popular Transpulmín, desempeñando el cargo de coordinador de ventas para toda Hispanoamérica, por lo que cada año, después de recibir instrucciones en su central germana, iniciaba un largo recorrido por tierras americanas desde Méjico hasta Argentina en un viaje que solía durar casi seis meses.
Publicidad directa
Bien entrada la década de los cincuenta y coincidiendo con la llegada a nuestro país de esa bebida americana gaseada de color oscuro que llegará en poco tiempo a formar parte de la vida de los españoles como es la coca-cola, llega también desde América con extraordinario alarde de medios publicitarios y al son de un tango hasta entonces desconocido, “El escondite de Hernando”, un remedio para aliviar los síntomas del resfriado que hará furor entre las madres y vendrá a sustituir refriegas, parches, vapores de hojas de eucaliptus y supositorios balsámicos. Nos estamos refiriendo al famoso “Vicks Vaporub”. En nuestra ciudad la emisora E.A.J. 59 Radio Jerez, se llena de cuñas publicitarias que pregonan las excelencias de este bálsamo en sus programas de mayor audiencia. Y es que… “se frota y basta“. Pero si además tiene la nariz tapada, el mismo laboratorio le ofrece un novedoso sistema que le despejará, lo puede llevar cómodamente en el bolsillo, y además lo usan millones de norteamericanos, es el “Inhalador Vicks”. Ahora que, para el catarro y la gripe quítense todos los inventos americanos, porque al lado del gaditano “Acetamón”, que además no ataca al corazón, poco o nada tienen que hacer. Dicho remedio venía dando fe desde hacía muchos años de ese dicho popular que reza: “el catarro con el jarro“. El mentado producto aportaba una “inteligente” y magistral fórmula cuyos ingredientes eran nada más ni nada menos que una suspensión de ácido acetil-salicílico (aspirina) en brandy de Jerez, se vendía en 1935 al precio de una peseta el frasquito. Mientras el vino quina “La Enfermera” del jerezano laboratorio Lukol vencía la inapetencia de niños y ancianos con una pegadiza canción que la única emisora local se encargaba de lanzar al aire junto con el eslogan de “callicida infalible” aplicado al también jerezano “Bálsamo Oriental”. Y como esto de la publicidad farmacéutica radiada parece ser daba buenos resultados, el laboratorio del Dr. Bascuñana radicado en Sevilla aprovecha para bombardearnos, entre novela y novela de la SER, con las excelencias de su “Jarabe Polibalsámico”, remedio infalible para calmar la tos. Tampoco faltaban cuñas publicitarias de la popular “Tableta Okal” o del “Calmante Vitaminado” para combatir la jaqueca.
Lo mismo ocurría con el famoso tónico reconstituyente “Ceregumil” fabricado en Málaga, el cual traspasa nuestras fronteras siendo exportado de forma masiva a Portugal, donde era muy apreciado para su administración a niños, ancianos y personas convalecientes. Y para el desgaste cerebral de la vida moderna lo ideal era “Fósforo Ferrero” a base de ácido glutámico, vitamina B y fósforo.
Una agresiva y a la vez un tanto repugnante publicidad se muestra en esa época en el escaparate de la Farmacia Figueroa de calle Santa María. En él se exponían dos matraces de cristal de idéntico tamaño a modo de sendos estómagos humanos. Uno de ellos presentaba nada menos que un cocido de garbanzos con todos sus avíos. El otro matraz contenía lo mismo pero perfectamente triturado. Debajo de éste último una leyenda rezaba: “Digerido con Tractín”. Era éste un digestivo enzimático en comprimidos. Dicha publicidad no se libró de la crítica mordaz del entonces famosísimo e inolvidable periódico humorístico “La Codorniz” quien satirizó de forma inmisericorde aquella iniciativa publicitaria.